Al abrir una granada, el ojo descubre un conjunto de semillas, cápsulas brillantes que despliegan un territorio fértil para los sentidos. Así acontece este libro: en Como si dejaras caer una granada, leemos «un poema a la fertilidad de las imágenes», un poema largo del cual cada semilla compone un trazo de sentido, una escena, una referencia, una breve toma de una vida. Como punto de partida hay un nudo triple: la obsesión por la fruta, una película de Sergei Parajanov (y guiños a su biografía) y una ruptura amorosa. Estos elementos se trenzan en una línea oscilante que va de verso a prosa, de detención a ímpetu, de silencio a golpe, y que prolonga al máximo nivel un lenguaje secreto que se dirige al tú del amante, a la diferencia insalvable entre un «sudaca oscuro dominio / tan distinto de ti» y ese hombre al que ama, que parece tener la potestad de querer educarlo mediante la dura navaja de la inteligencia. Entre ellos dos, un cerro de semillas que hablan del deseo, de la imposibilidad de comprensión y de lo que reúne a dos cuerpos a la vez que los separa: «Es tan dulce, tan dulce perder un poco de uno mismo».