Durante el verano de 1891, el joven doctor Shimamura es enviado a una expedición al remoto interior de Japón. Han llegado informes a Kioto que hablan de poblados perdidos en las montañas en los que ciertas mujeres han sido poseídas presuntamente por espíritus de zorros. Al principio, Shimamura se muestra escéptico, hasta que conoce a Kiyo, una «belleza floreciente» cuyos síntomas (aullidos, retorcimientos, y una forma zorruna deslizándose sinuosamente bajo su piel) se ajustan más al folclore que a cualquier diagnóstico recogido en los libros de texto. Sin embargo, al médico le sucede algo transformador: a partir de ese momento, sufre una fiebre crónica y las mujeres se sienten atraídas hacia él como polillas a la llama. Enviado a Europa por el gobierno japonés, armado con una carpeta de grabados pornográficos en caso de que necesite «jugar la carta oriental», Shimamura conocerá a los apóstoles de la psiquiatría moderna: Charcot, Tourette, Binet, Breuer, Freud. Y tratará de que la ciencia exorcice las preguntas persistentes planteadas por «la princesa zorro de Shimane».